Cinco leyendas argentinas

Fantasmas en el confín del mundo

El lobizón. Foto: Patty P

Ubicada en el confín más meridional del continente americano, Argentina es una nación orgullosa de su historia y su cultura, la cual incluye un vasto numero de leyendas a medias confirmadas por avistamientos de pobladores de zonas rurales que dicen haber sobrevivido a la experiencia de encontrarse cara a cara con seres de espanto.

El lobizón

También llamado lobisón, lobisonte o lobisome, es el séptimo hijo varón de una prole exclusivamente masculina (la séptima hija mujer, menor de siete hermanas, será asimismo una bruja), quien los días martes y viernes, sobre todo de los meses impares, sufre una escalofriante transformación: de ser un hombre alto, escuálido, de aspecto negligente y fuerte hedor, deviene una cruza entre perro y lobo, siempre de color oscuro como las tinieblas, que se alimenta de carroña, excrementos, carne de niños y de mujeres jóvenes (por alguna razón, parece sentir poco apetito por los adultos).

El lobisón extiende sus dominios por las provincias de la Mesopotamia argentina (Entre Ríos, Corrientes y Misiones, ubicadas en el sector noreste del país), así como también partes del sur del Brasil. La única defensa contra el lobizón son las armas, blancas o de fuego, pero bendecidas. Si es herido, se arrastra hasta su cubil, en el que se desangra y muere tras recuperar su forma humana.

El súpay

Conocido también como Zúpay, los orígenes de esta criatura se remontan a tiempos incaicos, en donde su morada era denominada Supaihuasin, lo que en lengua quechua señala los infiernos. El súpay sería, entonces, el Diablo. Deambula por las zonas del centro y norte del país. Se lo avizora en casi toda ocasión como un jinete de finas ropas negras, sombrero alado y adornos de oro y plata, como sus espuelas, puñal y fusta (asemejándose así al charro negro mexicano). Suele aparecerse a los viajeros en las noches de los martes y los viernes, jornadas de las brujas por excelencia, y tras unas horas de sabrosa comida y bebida amenizadas con canciones que desgrana desde su guitarra con gran maestría, el súpay propone a su homenajeado un pacto, cuyo precio será su alma. A cambio, el tentado solicitante recibirá, por un tiempo, honores y riquezas.

Una curiosidad del súpay es su guarida, llamada, al igual que la prestigiosa universidad española, Salamanca. Es una cueva subterránea en la que los adeptos al súpay concurren a aprender toda clase de encantamientos maléficos con los que arruinar la vida del prójimo.

El familiar

Las fábricas e ingenios azucareros del centro y noroeste de la Argentina esconden en su historia un secreto que pocos se animan a contar: los dueños y patrones de estos establecimientos, azuzados por la codicia y temiendo que los obreros a su cargo se rebelen contra los malos tratos y la escasa paga, apelan a un método siniestro para deshacerse de los más revoltosos. Los lugareños llaman a ese procedimiento la cría del familiar.

Debe escogerse un cachorro de pelaje negro que haya nacido una noche de martes o de viernes, al que se separará de su madre en el momento conveniente y se alimentará, exclusivamente a partir de entonces, de carne humana, transformando al perrillo en un monstruo que se llamará el familiar. Algunos informes aseguran que, previo a esto, es imprescindible marcar el lugar en el que se criará a esta abominación con un sacrificio humano. Sea como fuere, el propósito de proveerse un animal de estas características es el de aterrorizar a los trabajadores de las fábricas e ingenios, algunos de los cuales, de todos modos, deberán desaparecer sin dejar rastro para mantener viva la leyenda y para que el familiar pueda gozar de su bien merecido alimento, al menos una vez al año. El consumo de carne humana torna al monstruo incontrolablemente feroz y ávido.

Un familiar, al contrario que su amo, no posee vínculos con la brujeríani defensas sobrenaturales, por lo que puede ser muerto, aun con dificultad, por cualquier arma humana.

El pombero

Representado como un hombre corpulento, bajo y oscuro, el pombero es un duende protector de los pájaros que habita en las zonas selváticas del centro y noreste de Argentina. Ataca a toda persona que merodee por sus zonas de influencia cazando o molestando a las aves. Se lo considera especialmente hostil a los niños, ya que éstos suelen procurarse alimento o diversión dando muerte a la fauna avícola. Una típica advertencia de los padres de la región a sus hijos es que eviten a toda costa el alejarse de sus casas e internarse en el bosque, ya que el pombero, del que se sospechan propiedades vampíricas, es afecto a raptarlos para beber su sangre y dejar su cuerpos muertos colgados de un árbol.

Hay individuos que, no obstante el carácter hosco del pombero, buscan alianza con éste, para lo cual le ofrecen como tributo tabaco para mascar. Una vez en confianza, pueden pedir de él favores como comida abundante (excepto carne de aves) y buena fortuna en general. Si, por el contrario, se desea ahuyentar al pombero de la presencia humana, nada mejor que cubrir los costados de las casas con ajo, lo que confirman la filiación vampírica del pombero.

La mulánima

Una mula provista de ojos de bella mujer, es el espíritu encarnado de una dama que ha cedido a la tentación de tener amores prohibidos con un sacerdote o un pariente cercano, y por ello ha sido castigada a vagar por la tierra como animal de carga. Es también conocida como mula ánima o ánima mula. Se la ve transitar los caminos del centro y noroeste del país.

La mirada de la mulánima puede ser fatal: basta un roce con sus ojos para que un varón se sienta perdidamente enamorado de la bestia y la siga a todas partes, descuidando familia, apariencia y pudor, incluso llegando a desaparecer para siempre. Dos son los métodos para librar a la infortunada de su maldición y para evitar que siga cometiendo estragos: uno de ellos es molerla a palos hasta que la metamorfosis se revoque, convirtiéndola de nuevo en mujer. Otro es rebanarle un pedazo de oreja (algunos dicen de crin) con un cuchillo, lo que deshará el encantamiento instantáneamente. Los valientes que intenten llevar a cabo la hazaña deberán, no obstante, ser advertidos de un grave peligro: el poder de la seducción de la mujer que ha trascendido la maldición es tan fuerte como el de la mulánima, y no es inusual que quienes hayan operado el desencantamiento queden prendados de la mujer que hasta instantes fuera un monstruo y es ahora una beldad.